Voy a contaros una historia curiosa que se sale de la temática general del blog (con vuestro permiso). Una historia de esas que ahora está de moda poner en «hilos» de Twitter. Cosa que odio profundamente. Los «hilos» de Twitter, digo.
EN FIN, la historia que vais a leer es real 100%, no como todas esas mierdas que leéis a diario por internet. Es triste que haya que matizar que el texto es real, pero en fin… la información estos días.
Hace ya algún tiempo, me convencieron para desempolvar mis viejos patines y darnos un rulo por Madrid Río con una buena amiga. Yo llevaba muchos años sin patinar y había perdido práctica. El hostión estaba prácticamente asegurado, pero aún así… qué demonios. Allí nos plantamos, me puse mis patines, empecé como pude y bueno, más o menos patiné algún kilómetro que otro con esta chica.
Pero entre que yo era un paquete patinando, y que ella estaba aprendiendo, nos emocionamos mucho en una cuesta abajo y yo estuve a punto de matarme (conseguí no caerme), pero ella no tuvo la misma suerte. No consiguió controlar el equilibrio y terminó por los suelos. No parecía nada grave, así que la levantamos y la sentamos en un banquito.
-¿Qué ha pasado? ¿Cómo me he caído?
-Nada, has perdido el equilibrio en la cuesta abajo, yo casi me mato también. No tienes más que rasguños en el codo y en las manos, tranquila. No parece nada grave. ¿Te duele la cabeza o algo?
-No, no me duele nada. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo me he caído?
-… er… has perdido el equilibrio cuesta abajo. ¿Estás bien?
-Sí. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo me he caído?
-… what the fuuuuck!?
Yo pensaba que esto de las pérdidas de memoria eran cosas de las pelis, pero en aquél momento se me pusieron de corbata. Aproximadamente cada 40 segundos, esta chica preguntaba lo mismo una y otra vez. Se le olvidaba todo lo que había pasado desde la caída.
La acercamos ipso-puto-facto a la clínica más cercana, a Urgencias. La espera se me hizo larguísima porque seguía preguntando lo mismo cada 40 segundos y yo no sabía cómo manejar la situación más allá de responderle lo mismo una y otra vez. Cuando entramos, le curaron las heridas, le hicieron un par de pruebas chorras y «pa casa, que esto es normal, en un rato se le pasa, es del shock del susto de haberse caído».
Eso sí, nos advirtieron que, a pesar de no tener golpes notables en la cabeza, si le entraba mucho sueño o le dolía la cabeza, al hospital urgentemente. MUCHAS GRACIAS, DOCTOR, ME DEJA USTED MÁS TRANQUILO.
Nos sentamos en una terracita cercana a tomar algo, pero la cosa no mejoraba. Incluso grabé un vídeo para que ella misma se viera preguntando lo mismo cada 40 segundos cuando se le pasara la movida. Aún hoy, lo miro y sigo flipando. Pasaba el tiempo y no mejoraba, así que fuimos a mi casa para que descansara un rato.
Ya en casa le expliqué que estaba en bucle, que parecía que por el susto de la caída tenía un shock y que preguntaba lo mismo todo el rato. Pero no mejoraba. Se le olvidaba y volvía a preguntar. Y empezó a dolerle la cabeza, así que salimos corriendo al hospital (el Gregorio Marañón, creo recordar). Y aquí es donde viene la parte de la historia que me impulsó a escribir sobre el tema.
Después de la interminable espera de rigor en la que no conseguí contactar con ningún familiar, nos llamaron para entrar a la consulta. Imaginaos la escena: una chica joven y guapa con un par de vendajes en los brazos y en las manos que no sabe decir lo que le pasa (porque no se acuerda) y un maromo con pinta de bestia (yo), camiseta sin mangas, tatuaje macarra… explicando todo el tema. Recuerdo que el médico (un chaval joven) me miraba con cara de «pero qué me estás contando» y llamó a un par de enfermeras para endurecer un poco el cuestionario. Yo tardé un poco en darme cuenta de que no me estaban creyendo y que lo más probable era que pensaban que yo era un maltratador que no estaba dejando hablar a la chavala. Fue un momento realmente incómodo.
-¿Me puedes contar otra vez lo que ha pasado?
-Sí, mira, estábamos patinando…
-¿Te importa dejar que ella lo cuente?
-Er… claro, pero es que no recuerda nada. De hecho, por eso estamos aquí.
-No importa, que lo explique ella.
Y claro, ella me miraba a mí, luego miraba al médico y a las enfermeras y después agachaba la cabeza. El personal sanitario cada vez me miraba peor. Yo les enseñé los papeles de la primera clínica a la que fuimos, junto al Madrid Río. Lástima que me dejé los patines en casa, para habérselos enseñado también. Pero no les ablandó el semblante, me sentí real e injustamente acusado. Ya sabiendo de qué iba el rollo, les expliqué que no tenía problema en salir y dejarles a solas con ella para que le volvieran a preguntar. Más que nada porque aquello se estaba extendiendo más de lo que me hubiera gustado, pero ya no por mí, sino porque la pobre estaba en su espiral interminable de confusión y yo estaba aterrorizado por no saber si era algo temporal o permanente.
El caso es que me quedé ahí mientras que apareció un biombo que nos separaba físicamente. Le hicieron algunas pruebas a metro y medio escaso de mí con aquella tela blanca de por medio. De vez en cuando, una enfermera se asomaba, miraba hacia donde estaba yo y me ponía cara de «ya te vale, hijo de puta».
Pasó el tiempo y al final resultó que SÍ se había dado un golpe en la cabeza. Pero se lo dio justo donde tenía el pelo recogido con una goma, y por eso no había herida o chichón evidente. Por suerte lo detectaron e hicieron las pruebas correspondientes. Realmente no era grave, no había ningún tipo de herida interna ni externa, solo una pequeña conmoción.
Cuando salimos, conseguí contactar con su madre que se pasó a recogerla. Le conté toda la historia y las dos se quedaron tranquilas. Unos días después, le pasé el vídeo que había grabado y flipó muy fuerte.
Gracias a $deity, la cosa quedó en un sustazo y una anécdota que contar. Lo que quiero hacer notar con toda esta historia es que sí, yo me sentí atacado. Me confundieron con un maltratador, o un violador, o yo qué sé. Pero creo que eso no es lo importante.
Cuando cuento la historia, muchos machos se indignan diciendo que por qué tengo que quedar yo como un maltratador encima de que le estoy haciendo el favor de llevarla yo al hospital y cosas así. Que si las denuncias falsas, que si lo malas que son algunas mujeres, que si pagamos justos por pecadores.
Yo, sin embargo, lo comprendo. Y, de hecho, me alegro de que el personal médico desconfíe así en estos casos. Lo que tiene que haber visto esa gente para haber dado por hecho en aquél momento lo que dieron por hecho. Mi pequeña «indignación» dio paso al asco más absoluto al darme cuenta de aquella realidad tan jodida.
Cuántas mujeres maltratadas pasarán por urgencias sin que les dejen mediar palabra sus novios/maridos o lo que sea. Ojalá la justicia fuera tan empática como aquél médico y aquellas enfermeras. Ojalá, en definitiva, no se hubiera tenido que llegar a esto.